Historias Populares Roteñas

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La última meta de un ciclista

Sí, es verdad, mi hermano Montano consiguió llegar a la META el domingo pasado antes que nadie, aunque en esta ocasión no nos hubiese importado que llegara el último, que lo hubiese descolgado el pelotón, o incluso, que la bicicleta se rompiera, y no él...

Pero no fue así, el Director que organiza las carreras de nuestras vidas, dispone de la suficiente autoridad para trazar circuitos diferentes para cada cual con salidas y llegadas independientes, a veces para todo un pelotón al unísono... y el domingo, el Jefe creyó conveniente que mi hermano Montano entrara en solitario en la, Meta, la última META de su vida.

InfoRota, Historias Populares Roteñas: Prudente Arjona Lobato

Historias Populares Roteñas

Prudente es un amante de su localidad. Su afición, recoger en pequeños relatos la otra historia del pueblo donde nació y sus gentes.

Por: Prudente Arjona Lobato

“EL MILAGRO DE SAN VALENTIN”

Con mis ahorros y los suyos, nos casaremos y se realizarán por fin, nuestros añorados proyectos -pensaba Pepita, suspirando.-A las doce llegaba el tren, por lo que, mañana me levantaré temprano y pondré la comida; a Julián le encanta un buen plato de “berza” con su “pringá”; la cual no degusta, el pobre, desde que se marchara a Alemania, luego me pondré el vestido comprado para la ocasión, y tomaré el camino hacia la RENFE.

Pepita pidió un café en el ambigú de la estación, mientras que, con cuidado, abrió el sobre que contenía el telegrama que le había enviado Julián. .

Sobre el papel azulado aparecían pegadas varias tiras con las mágicas palabras: “Pepita, cariño, STOP. Pasado mañana, 14 de Febrero llego a las 13:00 horas, STOP. Espérame, STOP. Te quiero, STOP. Julián, STOP.”

Los ojos de Pepita se desgastaban mirando el horizonte a la espera de que apareciera aquella máquina renegrida expulsando gases por doquier, para, tras disiparse la falsa niebla, y la tremolina de la gente, apareciera Julián con sus maletas, su sonrisa y sus brazos abiertos.

Con la boca seca y la mirada perdida, Pepita se impacientaba, pues ya habían dado las 13 horas, las 14, las 15, las... y el tren no aparecía, sin embargo, si apareció un empleado de la Terminal que le inquirió:

-¿Señora, espera Ud. a alguien?. Es que la estoy observando desde hace muchas horas, y no advierto intención de tomar un autobús, y ya solo queda por llegar un vehículo que viene de Cádiz...

Pepita, creyendo ver en la figura recortada del empleado a su amado, comenzó a gritar: ¡Julián! ¡Julián, amor mío! ¿Eres tú?

Al comprobar Pepita –decepcionada- que el empleado no era su Julián, se desplomo sobre los brazos del joven, que no alcanzaba entender aquella situación, ofreciéndole al tiempo algo de beber, a lo que ella le contestó:

-No, no quiero nada, solo quiero que llegue el tren de Julián...

El chico se quedó de piedra, comprendiendo que aquella persona tenía la cabeza ida, dado que el tren ya no existía desde hacia una veintena de años, y en su lugar se hallaba la Terminal de autobuses del pueblo.

-Señora, el tren desapareció de Rota hace más de veinte años. Ahora, nos desplazamos en autobús.

-Entonces, ¿Cómo es que me ha mandado este telegrama Julián...?

Pepita extendió aquel papel de color azulina descolorido que el empleado leyó, viendo con escepticismo, que aun siendo autentico el telegrama, el mismo tenía fecha de hacía veinticinco años...

Cuando, miembros de Protección Civil se personaron, a requerimiento del empleado, éstos le aclararon, que, esa situación la vivían cada 14 de febrero, dado que Pepita tuvo un novio que emigró y tras varios años en el extranjero, le prometió volver un día de San Valentín para casarse. Ella lo esperó, pero el novio no apareció. Luego se enteró, que su novio, en el ultimo instante, decidió casarse con otra novia que tenia en Francfort. Desde aquel día, cada 14 de febrero viene a la inexístete estación de RENFE a esperar a su novio, hasta que los empleados de la Terminal nos llaman y la devolvemos a su casa. Lo que ocurre es que tú eres nuevo y no conoce la historia...

El joven, con tono compasivo se acercó a la anciana y le dijo, acariciándole las despintadas mejillas de coloretes y rimel: -Señora, su novio no va a venir jamás. Ud. sabe que está casado con otra mujer. ¿Por qué viene a esperarlo, si sabe que nunca aparecerá?

-Sí, lo sé, pero yo tengo mucha fe en San Valentín, y estoy segura que un año de estos me va a conceder el milagro de convertir esta triste realidad en un sueño, y el sueño en una feliz realidad...

Al año siguiente, Pepita no apareció a la cita –había fallecido- pero cuando el joven empleado de la Terminal, por pura inercia y curiosidad, se acercó a la mesa en donde Pepita esperaba infructuosamente a su novio cada 14 de febrero, encontró una rosa roja y un papelucho de color azul descolorido, en el que en uno de sus dobleces, se podía leer: “ ...te espero en el Cielo. STOP, Te quiero, STOP, “Pepita”.

Prudente Arjona Lobato,
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Historias Populares Roteñas

Prudente es un amante de su localidad. Su afición, recoger en pequeños relatos la otra historia del pueblo donde nació y sus gentes.

Por: Prudente Arjona Lobato

El Sonido Del Silencio

Vista de los corrales de Rota en bajamar

Eran poco más de las 10 de la mañana cuando llegábamos al  malecón del Hotel Playa; algunos turistas madrugadores se entretenían oteando las conchitas que la marea había rechazado en la vaciante, mientras que otros jugaban sin pretensiones a la petanca con bolas de plásticos –seguramente cedidas por el departamento de animación del hotel- -¡Y ya empecé a percibir el silencio! - La pequeña ola que tenuemente se agitaba, como los flecos de un visillo; sutilmente flameando por la respiración entrecortada de una morbosa mirada, se difuminaba en la orilla, decreciendo considerablemente conforme avanzaba hacia Los Corrales Marinos - Al mismo tiempo, el rumor de la rompiente en los arrecifes -al fondo- se mantenía con notas decadentes, dando paso al pacífico conticinio que se adueñaba vertiginosamente a cada metro superado por la orilla.

Con pasos menudos cual ofidios, intentábamos mi mujer y yo, no hacer ruidos que despertara el letargo de un impertérrito silencio desafiante al viento del este y del oeste... El mutismo se reflejaba sobre el espejo dormido de una planicie de mercurio translúcidamente platino -donde horas antes, en el último crepúsculo, Antonio Pelota, el también último mariscaor de camarones,  había arrastrado trabajosamente la media luna de su red, para dar nombre y sabor a esas -casi extintas tortillitas de camarones de los Corrales de Rota-. ¡Fue ahí donde creímos comenzar a levitar!.  ¡No nos atrevíamos a hablar! - Y entre apagados susurros y  parsimoniosos gestos, nos transmitíamos y compartíamos la paz sobrecogida de algo inaudito: ¡Estábamos escuchando EL SONIDO DEL SILENCIO!; La estridencia de la insonoridad, que sólo los privilegiados... los que son capaces de controlar los impulsos y las emociones, pueden disfrutar en los mismos parámetros que si contemplara el Rayo Verde...

Vista de los corrales de Rota en bajamar

Casi "en volandas" y en total mudez, llegamos a la pared del primer Corral; ¡Una eclosión de violines acuosos nos dieron la bienvenida!; miles de manantiales brotaban de entre las milenarias piedras artesanalmente apiladas, escurriendo con la vaciante, el agua acumulada del recinto pesquero-marisquero...  y de nuevo surgieron distintos sonidos en acordes sigilosos...

¡De pronto; mi mujer y yo nos volvimos ante un ajetreo de sables, escudos y lanzas!, ¡Silbaban las saetas sobre nuestras cabezas y enmudecimos aún más que el silente respiro ritual de la flama que nos embargaba! ; -¿Qué ocurría ante tan estrepitosa pendencia?. ¡Casi nada!; El efluvio bienoliente de los aromas de la mar y de los pinos, se enfrentaban en sangrante desafío; intentando la supremacía de uno sobre el otro... El aroma de retamas y piñas verdes, armadas con dardos afilados de las coníferas hojas del pinar, arponeaban una y otra vez la fragancia salina desembarcada en los grisáceos cascajos de los Corrales.- ¡La batalla era cruenta!, pues la brisa yodada traída de mar adentro -armadas con arcos de gorgóneas  y flechas de espinas de erizos- repelían los embates de la odorífera fragancia del pinar, que se hacía fuerte en las arenas de las dunas playeras, donde habían excavados sus trincheras...

Vista de los pinares de Rota

¡Alto de una vez! -gritó encolerizada mi mujer- ¡Hágase la paz y el silencio, y que las fragancias, aromas y perfumes del mar y de los pinos, firmen el armisticio!...

-En ese momento, volvió a escucharse el silencio, y desde ese preciso instante, trazaron una línea imaginaria entre el filo de la orilla, y la orla de las dunas; donde cada olor, aroma, fragancia y perfume, establecieron -bien de mar, bien de pinos- sus dominios divididos...

Desde aquel día, mi mujer y yo, decidimos caminar por el campo neutral de los aromas en litigio; donde el silencio te musita al oído con olores de mar y pinos, de sal y retamas, de  erizos y piñas...

Vista de las dunas, playas de Rota

Cada bajamar, ella y yo, volvemos una y otra vez a contemplar, extasiados, quedo y contemplativos EL SONIDO DEL SILENCIO; donde la paz y el sosiego se funden en cada reflujo de marea...  y en donde la Puerta del Paraíso pretendemos encontrar alguna vez, disimulada quizás, en uno de los bostezos de esos Vientos Difíciles de Almudena Grandes, en la imaginación de las canciones "emponzoñadas" de Joaquín Sabina, en la narrativa inimitable de Felipe Benítez Reyes, o quien sabe, si en los agudos y riquísimos versos de Luis García Montero o Benjamín Prado, quienes la musa escondida tras las paredes de los Corrales juegan al esconder, con la inspiración diabólica del arte inmortal de los literatos inmortales...

Mientras tanto, EL SONIDO DEL SILENCIO permanece a la espera de que tú te decidas alguna vez a compartir con él, su estridente mutismo, en ese empíreo lugar; donde -puedes estar seguro- se adormece el Alma...

Prudente Arjona Lobato

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Por: Prudente Arjona Lobato

El Patrón De La Patera

El Patrón de la Patera, un relato por Prudente Arjona Lobato

Serían las siete de la tarde del martes pasado cuando, surcando por la Bahía con todas las cangrejas, stays, juanete, velacho, trinquete y foques desplegados, el Juan Sebastián de Elcano -Buque Escuela de la Armada Española- se encontraba dando bordadas indeterminadas, poniendo a punto sus motores que le han de servir como alternativa al velamen, para retomar una nueva travesía alrededor del Mundo.

Ya por la mañana, y como es habitual en cada ocasión, había originado el consiguiente embotellamiento de tráfico, al obligar la apertura del puente levadizo de Cádiz, a su paso al mar abierto desde la Carraca.

Cinco minutos no habrían transcurridos, cuando una espesa cortina de lluvia mezclada con aparato eléctrico de fondo hizo desaparecer por arte de magia al bergantín de mi vista como si de un barco fantasma se tratara, mientras que en las alturas, nubes azabaches; cúmulo nimbos erguidos hasta el infinito, se asemejaban a miles de jinetes enlutados a galope tendido, trotando sobre deshebrados estratos que dejaban entrever por las enmarañadas mallas etéreas, ascuas de carbones encendidos; como si de la fragua de el Viejo Agujeta parecieran…

Un espectáculo inaudito de aguaceros, nubes fantasmagóricas, mar embravecido,  lanceros apocalípticos… y en el fondo del decorado… El sol -queriendo mostrar el flujo rojo-sangre de su corazón latente- filtraba sus rojizos destellos, a través de los postigos entre-abiertos en las enredadas y maltrechas nubes de un atardecer incierto. ¡Me quedé petrificado ante semejante acontecimiento natural!…

La naturaleza andaba jugando, utilizando todos sus medios a su alcance; como intentando acaparar mi atención… como si intentara enviarme un mensaje con destellantes relámpagos, lluvia que me despejara, caballería que me despertara y un tímido sol sangrante, que me guiñaba tras las celosías y visillos de nubes pardas…

¡Qué difícil es leer en la pizarra del cielo!… Yo, hubiese recurrido a marineros, labriegos o montañeros experimentados… porque ellos sí saben describir los mensajes célicos que la naturaleza envía. ¡Me hubiera gustado adivinar la misiva al momento! –Porque estaba seguro que algo me anunciaba. -¡No era normal, tantos fenómenos a un tiempo, tanta parafernalia atmosférica…!.

-Fue el domingo por la mañana cuando empecé a descifrar el jeroglífico; El cielo anunciaba una catástrofe que yo no supe oportunamente percibir, ni leer, ni entender… La primera traducción la encontré frente a  mi terraza, en la playa… luego, un espinoso rosario de infortunados fueron varando en la arena sus aspiraciones, sus deseos, sus ilusiones, sus sueños… escritos en unas cartas borrosas por el mar de la Bahía, que pretendían entregar en mano a los Reyes Magos de Europa; unas cuartillas que tiritaban de frío, una tinta diluida,  manos arrugadas y blanquecinas aferradas a  papeles emborronados…

-Cuando el desdichado magrebí fue retirado de la orilla, los pliegues de la sábana que lo cubrían, dejaron marcados extraños signos que en forma de epitafio, trabajosamente se podía leer,  y que decía en arameo:

“Ven a Mí hijo mío; -Yo secaré tu espalda mojada. Yo te admitiré sin papeles en mi Casa, porque en mi Reino no hay pasaportes, ni fronteras… Ni me importará la religión que profeses, porque en mi corazón -que es tu templo- encontrarás el ungüento que curará todas tus tribulaciones. ¡Juntos leeremos la carta que te ha traído hasta Mí. Y nunca jamás zozobrará tu barca, porque desde hoy seré Yo el Patrón de tu Patera”.

El Paraíso, a 25 de Octubre de 2003.

Fdo: Jesús de Nazaret,  Rey de Reyes.

Han pasado siete años desde que publiqué esta tétrica historia real, con un final imaginado… 

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Por: Prudente Arjona Lobato

Rota, 23 de Junio de 2010

HISTORIAS POPULARES (CXIII) Rota y el mar (X)

“LA CAÑA DEL PAÍS”

La matacaña, donde extraer las mejores cañas para la fabricación de la caña del país

Supongo que habrá muchas personas desconocedoras de lo que encierra este título, mientras que otros tantos les evocarán el pasado: Todo el mundo conoce lo que es una caña de pescar, pero seguro que se imaginan cañas de fibra, o de carbono, con carretes de muchos euros, y sin embargo me refiero a otro tipo de cañas, muy sencillas, extraída de un cañaveral y terminada en un carrizo mucho mas fino. ¿Qué esto puede parecer una tontería?, Pues en verdad esta simpleza dice mucho de cómo se vivía hace cincuenta años y más; donde los chavales y no tan jóvenes, se veían obligados a fabricar sus propios artilugios para pescar, cazar, jugar, etc.: Pelotas de trapo, tiraores´ (tirachinas) o cañas para pescar, ya que la facilidad que tiene hoy la juventud para adquirir lo que se les antoja, en aquellos tiempos era impensable.

Recuerdo, que para agenciarnos las cañas recurríamos a cañaverales, o “matacañas” de los campos cercanos, o lejanos, que dispusieran de ejemplares lo más largos posibles. Luego, buscábamos otros lugares donde existieran carrizos macho para terminar la caña, al tiempo que a esta se le dejaba el último canuto disponible para el encaje del carrizo. Éste canuto se reforzaba con una cuerda fina liada (hilo carta o de bramante) a modo de muelle a todo lo largo para que no se cascara, y luego se pintaba para que la cuerda formara un fuerte protector, de manera que al doblarse el carrizo no se abriera la caña. Por otra parte, al carrizo le hacíamos -de la misma cuerda- una anilla en el puntero, en donde se anudaba el aparejo (sedal), con una corchuela bicolor y un champé trozo de “tripa de gato” (nylon) de menor grosor en donde de se empataban (ataban) los anzuelos. El hecho de que el champé se confeccionara de un sedal mas fino era para que si se enrocaba los anzuelos, no se perdiera el sedal, sino que se rompiera por la parte mas fina, perdiéndose solo el champé y no todo el aparejo.

Para conseguir una buena caña, era menester dejarla en el cañaveral dos años, de manera que fraguara y se fortalecieran las paredes de la caña. Una vez limpia y cortada a la medida deseada, se colocaba de pie sobre una pared, de forma que estuviera un poco inclinada para que adquiriera una ligera curvatura mientras se secaba a la sombra. La familia de Antonio Maximiliano Antón, a parte de vender cometas y collares a los veraneantes, también preparaba cañas del país y sus respectivos aparejos para la venta. No obstante, algunas personas se podían permitir el lujo de encargar a algún estraperlista largas cañas que adquirían en Cádiz, y que las traían en el barco de la hora.

Hoy los chavales se distraen de diferente manera, pero creo que lo que ocurre es que desconocen el placer de ver sumergirse la cochuela y tirar hacia arriba enganchada con una mojarra, un chapetón o una lisa. Las lajas de detrás del muelle (muelle viejo), eran lugares maravillosos donde decenas de niños y jóvenes nos aventurábamos en el arte de la pesca, aunque si cogíamos un “ahoga gato” ya nos sentíamos dichosos. Y es que lo interesante era pescar y no el tamaño de las piezas, por ello le colocábamos anzuelos moscas, que eran los más pequeños y que adquiríamos en el establecimiento de “Manolo el del estanco”, en la plaza “Barroso”. Lo cierto es que comprábamos un poco de masa en alguna panadería, para usarla de carnada, y con ella ya teníamos suficiente para echar la mañana, pues la “ruamera” (peces pequeños en bandadas que se comían rápidamente la carnada), que se sentía atraída por la masa, nos hacía estar constantemente lanzando una y otra vez del sedal, aunque los espabilados pececillos –cuyas fauces eran aún más pequeños que los anzuelos- se comían la carnada saliendo ilesos en su festín. En otras ocasiones usábamos camarones de carnada, que nosotros mismo cogíamos previamente en las pozas de las piedras en la bajamar de las mareas. Existía un tipo de pesca llamada “ a robar” para lo que se utilizaba una potera; o sea, un anzuelo con cuatro anzuelos en forma de ancla, de manera que al esparcir enguado en el agua, acudían los peces (principalmente lisas mojoneras) y era el momento de tirar una y otra vez de la potera en la concentración de peces, que casi siempre enganchábamos a alguno.

Explico en qué consistía el enguao´ el cual adquiríamos por una “perra gorda” (diez céntimos de peseta) un cubo, y que no era otra cosa que los desperdicios de las caballas de la fábrica de don León de Carranza, al ser envasadas por un ejercito de mujeres, durante la época de la caballa. Este enguado era un magnífico reclamo para atraer a los peces a mogollón.

El Picobarro, el garapé del muelle, o la muralla, eran lugares privilegiados para pescar con la caña del país. También, y cuando la marea estaba alta, el ruinoso balneario de Emilita Buada y las piedras de los Calaores´, eran asimismo, sitios muy buenos para pescar chapetones. Y en las noches de temporal, se podían coger robalos de buen tamaño, aunque había que tener mucho cuidado, puesto que la gran cantidad de ratas que merodeaban por aquella zona, te podía robar, sigilosamente, las capturas.

Entre los expertos aficionados a la pesca con caña del país, recuerdo a algunos, como: el Brigada, el Valiente, el Chico y quizás el último de los tradicionales pescadores con la caña del país, como fue el barbero, Manuel el Vizcaíno, quien disponía de una caja donde guardaba los aparejos y las capturas, y además le servia de asiento mientras pescaba con una caña muy larga y pintada de negro. Solía guardar sus pertrechos de pesca en la misma barbería, situada en la esquina de la calle Queipo de Llano y Capitán Cortés (hoy, Higuereta y Blas Infante). Su lugar preferido era el muelle pesquero, junto a una antigua grúa, desaparecida hace una treintena de años.

En esta andanza, entre los cañaverales de los tiempos pasados, e incluso actuales, hay una persona cuya habilidad no ha sido jamás superada por nadie, pues manejar una caña del país, con un sedal tres veces el largo de la pértiga, no es capaz de hacerlo todo el mundo. Manuel Sosa Martín-Niño, “Lolo”, de la familia del “Colorao´”, cuyo padre fue uno de los capataces más famosos y experto en la almadraba de Don León: es un excelente pescador en el arte de la pesca con muestras, que consiste en lanzar y recoger el sedal de manera insistente, intentando engañar a las astutas “bailas”, con una muestra de aluminio a manera de boquerón que termina en un anzuelo.

Hoy el Lolo no suele utilizar mucho la caña del país, pues según dice: “No es que haya perdido la habilidad con la caña, sino que ya no hay bailas como en tiempos pasados”.

Sirva este artículo de homenaje a todos aquellos jóvenes y mayores, que alguna vez disfrutaron de la pesca con la tradicional caña del país, tan arraiga siempre a la historia de nuestro pueblo.

Prudente Arjona Lobato,
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